Han pasado dos horas desde que los comí, ya me tomé un sobre de sal de uvas, voy a la mitad de un caballito de vodka frío y nada; la sensación de exceso de grasa sigue ahí, atorada a medio esternón. Así terminó mi primera incursión por los tacos de suadero.
Esta aventura culinaria comenzó dos semanas atrás cuando en otro post confesé que nunca había comido suadero. Las críticas no se hicieron esperar y hubo hasta quien me tachó de "fresa culinario".
Afortunadamente también recibí mucha critica constructiva y fue así como llegué a los tacos Charly que, según varios lectores de este blog, es donde se preparan los mejores tacos de suadero de la Ciudad.
No lo dudo. Por primera vez pude acercarme al suadero sin que un insoportable olor a fritanga me obligara a retroceder. Por primera vez descubrí que el suadero no sólo se come a flor de calle sino también en un local cerrado y limpio. Todo marchaba de maravilla.
Entonces hice cola frente a la caja y pagué 14 pesos por un trozo de papel que debía entregar al taquero a cambio de un par de tacos de suadero.
Así lo hice y ahí estaba yo, observando de cerca el burbujeo de grasa que siempre había rehuido. "¿De qué es la carne?", pregunté. "De caballo", respondió el taquero mientras escogía un trozo y lo destazaba para darle la consistencia de migajas. Después se puso serio, mojó cuatro tortillas (dos por taco) en la espesura de su caldo y confesó que el suadero es pura res, pecho y costilla. Mis tacos estaban listos y yo crecientemente entusiasmado.
Sin olvidar lo que me habían dicho mis asesores, busqué la salsa especial para tacos de suadero y fui muy generoso con los míos; tomé por el cuello mi botella de sangría Señorial tibia y busqué un hueco en las muy saturadas barras para comer parado del Charly.
Pues muy muy buenos, sobre todo gracias a la salsa. Grasosos, sí, pero a la vez inexplicablemente ricos, como si el aceite que no se quedó en mis dedos satisfaciera de sobremanera el hambre y cansancio que traía.
Así le debe saber el aceite Bardahl a un vocho a punto de desvielarse, pensé.
Sin embargo el gusto me duró poco. Cuando estaba por enfilalarme a la caja y pagar por un taco más, las náuseas me atacaron. Simplemente no pude seguir a pesar de estar dispuesto a ello. Debió ser la inexperiencia o la venganza del suadero. A ver qué otro día voy a ver si ya me perdonó.
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