La carismática lasagñería que se encontraba frente al Parque de los Venados cambió de ubicación. Fuera de eso, el ambiente, la espontaneidad y desparpajo al cocinar de su chef Sebastían siguen siendo los de antaño; hasta los servilleteros son los mismos. Tengo pendiente probar la pizza casera que Sebastían presume como si se tratara de su primer hijo.
Como hay poco que añadir salvo la nueva dirección (Nicolás San Juan 603, esq. Luz Saviñón) transcribo el post que escribí sobre la experiencia de comer en la Lasagñería.
Punked lasagna
Fue la simpleza del nombre del restaurante lo que me hizo detenerme cuando pasé frente a él por casualidad. La Lasagnería, así, sin más; un nombre al que sólo alguien con una confianza absoluta en que sus lasagnas son las lasagnas de la Ciudad podría aspirar. Una afirmación bastante pretenciosa y arriesgada.
Así que me acerqué preparado para un gran descubrimiento o una enorme decepción y encontré un local casi vacío salvo por la mesa desde la que un tipo rubio, ataviado con una filipina, de arracadas en ambas orejas me dijo que no había servicio porque esa noche habría un evento privado.
Es un local extraño, pintado de rojo y franjas blancas que ondean sobre los muros con rumbo desconocido; como una versión sicodélica del logotipo de la Coca Cola. Junto a una de las mesas hay un medidor de agua color morado. No me pareció que alguien quisiera hacer un evento ahí y eso alimentó aún más mi curiosidad. Decidí que volvería.
Lo hice a la semana siguiente, unos días antes de navidad y de nuevo el lugar estaba vacío. Me senté junto al medidor morado y apareció el mismo tipo rubio, esta vez para decirme que tenía un pedido grande y por ello no había lasagnas pero sí algunos de los otros platillos del menú. Empezamos a repasarlo y de nuevo me pareció que la modestia estaba peleada con el lugar. "Todos los platillos están preparados con deliciosos secretos del chef", afirma el menú.
Sin embargo, había platillos que me llamaron la atención, como la chapata de anchoas con queso cottage, nuez y arúgula, los vegetales asados con miel o las albóndigas a la naranja con rissoto cremoso. No obstante preferí algo más tradicional: una sopa de jitomate y una pasta a la putanesca. El show estaba por comenzar.
Tomada mi orden, el chef se dirigió a la micro cocina que se puede ver desde el área de las mesas y encendió la música. Comenzó a preparar mi comida al ritmo de un grupo uruguayo llamado Astroboy que me sonó a punk-rock estilo The Clash .
Su forma de cocinar era un reflejo de su look desenfadado. Cantaba en voz alta, medio bailaba mientras lanzaba los ingredientes sobre el plato, entraba y salía de la cocina para atender a algunos clientes que habían llegado. En un momento dado incluso se acercó a mi mesa para echarle más alcaparras a mi platillo directo del frasco de vidrio en que las compró con el argumento de que no quería desperdiciarlas. Todo a un ritmo vertiginoso, como si fuera un integrante más de Astroboy. Disfrutaba lo que hacía y yo verlo ejecutar acto multinstrumentista.
¡Buenísima la pasta a la putanesca!¡Pum! Las anchoas, las aceitunas y un ligero picor atacaron mi paladar al mismo tiempo de manera suculenta. No era en absoluto un sabor refinado; era más bien alocado (de nuevo, como su autor) y original. La pasta y la sopa parecían emanadas de la música de fondo y sí, algo las hacía especial. Empecé a creer aquello de los secretos del chef.
Quedé encantado y desde aquella primera vez, he vuelto en dos ocasiones más. Ya probé la lasagna así como la chapata de anchoas y me parecieron fantásticas, siempre acompañadas de un aceptable vino de la casa. Los precios también destacan; traer en la bolsa 150 pesos es suficiente.
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