A pesar de mi natural desconfianza hacia la comida banquetera, la apasionada crónica de R sobre las hamburguesas al carbón que preparan en un puesto sobre Universidad y San Lorenzo me animó a probarlas.
R hablaba de aquellas hamburguesas con la emoción de un adolescente relatando a sus cuates alguna verdad a medias sobre él y una chica en la última fila del cine. Yo, al igual que con mis amigos de cuando tenía 15 años, callé mis dudas sobre la veracidad de lo que R contaba y me dirigí al puesto callejero a pedir una con queso.
Han pasado cinco horas desde entonces y sigo eructando carbón como un dragón venido a menos.
Sin embargo debo admitir que a pesar de los efectos secundarios, la experiencia no fue en absoluto desagradable. Dar con un local bullicioso siempre te genera cierto entusiasmo; más aún si es a pesar de las incomodidades callejeras. De hecho, mientras el puesto de tacos vecino estaba desierto, en éste había cola y tuve que esperar parado (todas las sillas estaban ocupadas) durante 20 minutos para que me despacharan mi hamburguesa, papas francesas y Boing de guayaba.
Luego está el espectáculo de luz y sonido cortesía de las llamas de medio metro, provenientes de la parrilla y el chisporroteo de la carne cruda en proceso de carbonización. Fue en ese momento cuando sentí un gruñido estomacal, demandando la satisfacción de la que ya disfrutaban ojos y oídos.
Lo confieso, me fascinan las hamburguesas. Sé que a un aprendiz de sibarita esto no debería ocurrirle, pero admito que tienen en mí el efecto curativo del chocolate en una mujer deprimida.
No es que me la pase comiendo hamburguesas a escondidas, pero si estoy triste, me siento solo, o estoy pasando por algún cambio importante en mi vida, invariablemente termino comiéndome una.
Así ocurrió cuando estaba solo y varado en el Pacífico Sur. Agotado tras cubrir la aparición de unos pescadores mexicanos en las islas Marshall, llegué a Honolulu y lo primero que hice fue dirigirme a un local de hamburguesas. La tarde después de que nació F. terminé en el Chazz de Periférico Sur (¿verdad Paco?). Esta vez no tenía a nadie con quién comer, así que con el pretexto de hacerle caso a R, aproveché.
De vuelta en mi oficina, al fin pude probar la famosa hamburguesa que a falta de sillas libres en el puesto me vi obligado a pedir para llevar.
Manos batidas como se debe, fue como comer un jugoso y suave trozo de carbón, deliciosamente aderezado con jalapeño picado, tomate, lechuga, mostaza y catsup. Quizá no sea la mejor hamburguesa que he probado, pero sí la mejor que se puede conseguir en los alrededores, repletos de Burguer Kings y McDonalds.
El local tiene además la enorme ventaja de que nunca cierra. Uno puede disfrutar de sus hamburguesas de carne o pollo, papas y hot dogs, las 24 horas, de lunes a domingo. También hay una bici y un teléfono conectado a un poste de la calle para recibir pedidos a domicilio (56057503).
Mi única preocupación la provocó un pequeño letrero pegado a la vitrina: Contamos con medidas recomendadas de “higiene” para su salud.
Espero no entender esta noche en el baño (sentado en, o arrodillado frente a...) por qué “higiene" estaba escrito entre comillas.
View Hamburguesas Comfort in a larger map
Últimos comentarios