Ya bastante necesitado de mi latte doble carga matutino, prácticamente corrí al mostrador del Toscano sin fijarme en nada más, así que tuve que negar cuando M. me preguntó si no había visto quién estaba sentado en una de las mesas de la calle. Miré hacia allá y reconocí inmediatamente la calva célebre de John Malcovich. El tipo no solo sabe actuar de maravilla sino que también sabe dónde beber buen café aún estando en México, pensé.
También descubrí que sabe utilizar ese aire de indiferencia altanera no sólo en pantalla. Mientras que a muchos que estábamos ahí nos hubiera encantado sentarnos a charlar con él, el único que tuvo las agallas de hacerlo fue uno de los loquitos del barrio (en la Condesa hay varios), quien en su eterno traje gris y corbata hizo rechinar la silla frente a Malcovich antes de sentarse en ella; cruzó las piernas y sacó un cigarro para fumárselo mientras veía al actor con una risa entre burlona y retadora, como diciendo aquí la estrella soy yo. Malcovich pretendió no haberse ni enterado y siguió leyendo lo que parecía un guión. Buen café y siempre cool. No cabe duda que Malcovich es uno de los míos.
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