Hoy mi gira laboral por la República me trajo a Oaxaca y mis cinco sentidos (sí, los cinco se utilizan al comer) lo están disfrutando sobremanera.. Estoy en el restaurante La Casa de la Abuela y la vista hacia las copas de los árboles de la plaza central es relajante. También lo es el murmullo de una marimba que suena detrás de la historia que cuenta mi compañero de mesa sobre un niño mixteco que aprendió español hasta los 10 años pero que a los 18 obtuvo trabajo como corrector de estilo para después convertirse en uno de los directivos del diario más importante de Oaxaca.
Es difícil creer que hace dos años esta hermosa plaza fue campo de batalla entre la APPO y la PFP. Hoy, a pesar de que el turismo aún no se recupera y la ciudad enfrenta una terrible ola de secuestros, en La Casa de la Abuela se respira esa tranquilidad de provincia perfecta para acompañar este mole de almendra que tengo enfrente, quizá el más refinado de los siete tipos de moles que existen.
A diferencia de la intensidad que caracteriza a la mayoría de los moles, éste tiene un aroma y sabor sutil y ligero, no apto para impacientes. El mole de almendra hay que comerlo despacio; es uno de esos platillos que no revela su complejo sabor a la primera, al contrario, hay que tratarlo con la paciencia de quien mira una y otra vez por el orificio de un caleidoscopio para descibrir sus inumerables combinaciones de luz. El tiempo invertido definitivamente vale la pena.
Pero mis pruebas de paciencia no terminan. En una búsqueda relámpago por un buen mezcal entre los pasillos del mercado, encontré uno añejado durante cinco años. Pero tendré que esperar al menos hasta el fin de semana para ver qué tal.
Últimos comentarios