Cierro los ojos, aspiro y un aroma intenso a café invade mi nariz; el olor a exprés es relajante. Abro los ojos, noto que los horrendos vasos de unicel y cartón no existen más a mi alrededor, sólo tazas de porcelana o de vidrio. Tomo con mis dedos el asa de una taza marca Könitz diseñada expresamente beber café exprés: en su base hay un pequeño chipote que fomenta la creación de la crema. Bebo y sé que no hay mejor café en kilómetros a la redonda. Por si fuera poco, esta experiencia sólo me ha costado nueve pesos. ¿Dónde estoy? En mi oficina.
Hasta hace unos días, la necesidad en horas laborales de un café a media mañana o a media
tarde era como elegir entre echarme una sobremesa con Kawahgi o una con Fernández
Noroña. Debía escoger entre un Nescafé horrendo de siete pesos, un café
mediocre y frío traído de Coffe House, jugar a la ruleta rusa del
exprés con los baristas de Café Caffé cuya destreza oscila entre
aberrante y lamentable o invertir media hora para ir a Starbucks y
tomar algo aceptable.
Hoy las cosas han cambiado gracias a que cinco amigos de la oficina y yo hemos adquirido una cafetera Nespresso: una
línea de máquinas de exprés y 12 mezclas distinas de café en cápsulas
que facilitan las cosas para quienes desean tomarse una buena taza de
exprés sin mayores complicaciones de logística.
Llego a mi lugar, tomo una cápsula de Ristretto, inserto, pico un botón, espero 10 segundos y listo,
obtengo un café aromático, de duración prolongada en el paladar y una
crema hermosa. Y para la limpieza sólo hay que vaciar el depósito donde caen las cápulas.
También está la ventaja económica. A nueve pesos la taza, versus los
18 de un café malo o los 21 de un Starbucks que es lo más decente que
hay alrededor de mi oficina, este año me voy a ahorrar al menos 4 mil
pesos en esta afición potencialmente costosa.
Pero no me malinterpreten, no estoy vendiendo mi alma de aprendiz a la "automatización" del arte barista. De hecho, los fines de semana procuro seguir peleándome por lograr ese exprés o latte perfectos, hechos con mis propias manos. Se trata simplemente de dejar de sufrir durante la jornada laboral, de rebelarme contra las cafeterias que no aman lo que hacen... y contra ese café "cortesía" de la empresa que en las noches he visto que los de intendencia utilizan como destapacaños.
PD
No, a pesar de mis intentos por convencerlo, Pacasso no le entró a la compra de la cafetera.
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