Marion Ordóñez es una estrella gastromómica aún por descubrir. A pesar de que desde hace meses escribe una columna sobre comida y restaurantes en Playboy y que en diciembre del 2005 fue entrevistada por el periódico Reforma con foto de portada y todo, hoy que la googleé para escribir este texto simplemente no encontré nada sobre ella ni sobre "La Bonne Table", su restaurante.
A Marion la descubrí yo. Fue hace seis años por culpa de la desesperación. Eran tan patéticos los restaurantes cercanos a mi oficina que una tarde decidí no parar de caminar hasta toparme con un local decente para comer. Y Dios recompensó mi determinación cinco cuadras después.
A unos metros de la esquina de San Lorenzo y Amores, en la Colonia del Valle (territorio enemigo para los buenos restaurantes salvo heroicas excepciones), divisé un pequeño toldo azul que daba sombra a apenas dos mesas para dos personas, colocadas sobre la banqueta. Me asomé al local y no había más que una cocina precedida por un mostrador para presumir comida para llevar. No tenía nada que perder así que me senté.
Treinta minutos después estaba en el paraíso de las papilas gustativas gracias a un chile relleno de queso de cabra, envuelto en hojaldre sobre una cama de salsa de pimiento morrón. Desde aquél día, cada vez que visito la Bonne abrazo a Marion como si me hubiera rescatado de un edificio en llamas. En realidad sólo me rescata de comer las porquerías que abundan por mi oficina, pero creo que ya con eso se justifica mi efusividad.
Así han pasado seis años en los que Marion no me ha decepcionado una sola vez, salvo porque ya se ha vuelta muy popular en la zona y aunque amplió su restaurante, hay días en que debes esperar bastante para que te den mesa. ¿Pero cómo criticarla por ser víctima de su propio éxito? Sobre todo porque en parte es mi culpa. Desde que la descubrí, siempre regresé con algún amigo al que hacía jurar que no revelaría mi secreto. Por supuesto que ninguno lo cumplió y por ello Marion tuvo que empezar a preocuparse por hacerle espacio a su creciente clientela.
La comida de Marion es única. Sus platillos sencillos son suculentos y sus platillos más complejos nunca pierden esa sencillez que los hace accesibles al paladar de cualquiera. Tampoco conozco ningún restaurante que maneje el concepto de... "comida corrida de autor". Por no más de 100 pesos tienes derecho a una entrada, generalmente ensalada o sopa, un plato fuerte y agua de sabor. Hasta ahí la parte que podría caer dentro del rubro "comida corrida". Pero luego está la parte que corresponde al rubro "de autor".
Como ejemplo transcribo parte del menú (que cambia a diario) de hace un par de semanas: sopa minnestrone; filete de salmón relleno de setas y alcachofas bañado con salsa chipotle; tarta de rissotto negro con vegetales rostizados y queso crema; crepas rellenas de quesos bañados con salsa de jitomate dulce; filete mignon con costra de queso roquefort y salsa de higo y oporto, ¡sí señor!
Por platillos como estos siempre digo que si un día llego a ser rico, voy a contratar a Marion como mi chef personal; o que si un día mi jefe me concede un privilegio en la empresa pediría que me dejara ocupar uno de los comedores ejecutivos para organizar comidas de trabajo preparadas por Marion. Sin duda cerraríamos más negocios. Pero por lo pronto, cuando tengo que organizar una reunión acudo a ella y siempre es un éxito (Paco, no insistas).
Concluyo esta oda con una cita de una cita. La encontré en el libro El perfeccionista en la cocina, de Julian Barnes quien retoma un concepto del autor culinario norteamericano Richard Olney (1927-1999). Dice Barnes: "Olney llega a la conclusión de que 'la sencillez es una cosa complicada'. El mantra moderno dice: 'Si la comida no es sencilla, no es buena'. Olney prefiere invertirlo: 'Si la comida no es buena, no es sencilla'". Definición perfecta para la comida estilo Marion.
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