No sabrá cocinar carne pero sí sabe recomendar marisquerías. Al menos una llamada Romulo's ubicada en el mercado de Uxmal en la colonia Narvarte.
Hace ya algunos meses mi amigo Leonardo, el mismo que me inspiró a escribir un texto llamado Yo confieso sobre unos lamentables filetes en mostaza Mc Cormick que alguna vez preparó, me llevó a este restaurante de mercado que resultó todo un descubrimiento.
A primera vista nada te sorpende de este conjunto de mesas feas al fondo del mercado. Es tu oído el primero en advertir que éste no es un lugar cualquiera. Mientras leía la carta la primera vez, de pronto advertí que, como música de fondo, se escuchaba a la orquesta de Glenn Miller seguida por una muy buena selección de piezas de la época de las grandes bandas.
Y por si esto no fuera suficientemente irregular para un mercado, puedes tener la suerte de que aparezca un viejo con trompeta en boca para interpretar Summertime versión Louis Armstrong o alguna composición de Herp Albert & the Tijuana Brass. El señor es realmente bueno, pero no siempre comprendido por los comensales. Me ha tocado combatir con aplausos los chiflidos de algunas personas que prefieren al acordeonista de música norteña.
En las ya numerosas ocasiones en las que he comido en Romulo's con amigos de la oficina, nunca me ha decepcionado un platillo de la carta. El caldo de camarón, las tostadas de marlin y los camarones al mojo de ajo que están tan perfectamente dorados que se pueden comer con todo y cáscara son mis platillos favoritos. Sin embargo, los camarones al aguachile, todos los cocteles y un platillo de varios mariscos en una salsa de limón y salsa maggie tampoco se quedan atrás.
Sólo dos veces me ha decepcionado este lugar y ambas ocurrieron la semana pasada. La primera fue el lunes cuando descubrí, después de haber ordenado, que era temporada de langosta. La segunda fue el viernes cuando llegué dispuesto a pedir langosta y vi que las cartulinas fosforescentes con las que presumían el platillo habían desaparaecido. La última langosta se despachó el día anterior, me explicó la mesera.
Tuve que reponerme con unos camarones al mojo de ajo y un par de ampolletas de cerveza Pacífico.
Los esfuerzos por encontrar lugares para comer cerca de la oficina y en no más de una hora, por lo general, terminan en rotundos fracasos. Con suerte resultan experiencias insípidas. Pero el descubrimiento de esta marisquería es sin duda la más exitosa de nuestras expediciones. Como buen explorador, celoso de sus descubrimientos, Leonardo nunca me ha querido confesar cómo dio con ella.
No importa, con escuchar jazz y el tintineo de mi cuchara sobre el vaso coctelero se me olvida insistir. Es la reivindicación de Leonardo.
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